Por supuesto, hace falta saber dirigir el cabreo. Ponerlo a trabajar para ti, en vez de dejar que sea él quien te controle a ti. Pongamos que tienes un problema, problema que te toca los huevos y hace que que lo veas todo rojo. Puedes darle un puñetazo a la pared, claro. Pero también puedes utilizar toda esa energía para intentar resolverlo.
He peleado. Hace unos tres años que lo dejé, pero antes hacia artes marciales, y competía a veces. Nada serio, claro, pero ganaba siempre. En ocasiones por poco, otras por mucho, pero no perdía. Hay gente que cuando pelea se deja llevar y carga como un toro, sin dejar de soltar golpes, pero olvida protegerse y recibe tanto como da. Hay otros que luchan solo con la cabeza, y casi no dejan que les des, pero tampoco aciertan ningún puñetazo. El secreto es estar furioso, muy furioso. Pero no dejarse llevar. Que la ira de fuerza a tus golpes, pero que no dicte como los das. Tiene que ayudarte a levantarte, no ser la causa de que te vayas al suelo.
Digo todo esto porque últimamente he visto a mucha gente enfadada, pero poca utilizando el cabreo para algo útil. Insultan, se destrozan la mano contra la pared o alejan a los que están a su alrededor. Pero en una pelea contra el ladrillo y el hormigón, nunca tendrás las de ganar. Si alejas a aquellos que intentan ayudarte, solo te sentirás peor. Pero si sonríes con ironía y dices que vas a hacer grandes cosas, puede que acabes haciéndolas sin darte cuenta.
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