Nuestras habilidades físicas son un chiste comparadas con las de las demás especies animales. Si una hormiga pesara lo mismo que nosotros podría levantar un camión sin problemas. Nuestros dones, por así decirlo, son de otro tipo. Nuestro poder es nuestra capacidad de crear y destruir cualquier cosa. De cambiar el mundo.
Tenemos el poder necesario para destruir un planeta, pero también para hacerlo habitable para los nuestros si nos lo proponemos. Se sabe de dos tipos de seres vivos capaces de sobrevivir en el espacio exterior. Algunas bacterias y nosotros, los humanos. Y ellas pueden hacerlo sin traje espacial. Pero creo que la capacidad de las personas para sobreponerse a sus limitaciones es casi mágica.
Cada vez que nuestra especie ha encontrado un obstáculo que le impedía avanzar hemos cambiado el mundo. Y nuestras ciudades son la prueba de ello. Arrasamos, literalmente, kilómetros y kilómetros de terreno, expulsamos a todos los demás seres que vivían en esa zona, la llenamos de asfalto y hormigón y la llamamos hogar. Y todo porque somos tan débiles que si no actuáramos así no sobreviviría ni la mitad de la especie. Entonces miramos a nuestro alrededor y nos sentimos orgullosos.
Orgullosos porque inventamos los submarinos para viajar bajo el agua como los peces. Aviones para volar como pájaros. Orgullosos porque descubrimos nuevas formas de cambiar el mundo. Pero pocas veces nos paramos a pensar hacia donde nos llevan esos cambios. Y como dice en una de las historias que nosotros mismos escribimos, un gran poder conlleva una gran responsabilidad.

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