Verle ahí durmiendo solo y tranquilo sin nadie que le quiera. Y pienso en perdonarle.
Luego recuerdo la razón de que nadie lo quiera y que no hay nadie que se lo haya ganado más a pulso, y recuerdo que si está tranquilo es porque está más medicado que un león de circo, y se me eriza el pelo de la nuca de pensar qué pasaría si no lo estuviera. Y ya aún así a veces se rebela.
Quizá perdonarle haría que cerraran mis cicatrices, pero sin duda, no las borraría. Y no sólo son mis cicatrices, son las de más gente. Gente inocente.
Sin duda no borraría nada perdonarle por 22 años de mierda y los que me quedan, pues mi vida está construida sobre cimientos de arenas movedizas. Sobre el dolor y el sufrimiento.
Quizá por eso suelo entender a la gente con cicatrices, porque yo estoy llena de ellas. Y no sólo en el alma.
No, yo no tengo ni la fuerza ni las ganas de perdonar nada. Y si ese dios con el que tanto habla antes de dormirse y al que tanto perdón le pide, existe, estoy segura de que tampoco le perdonará.
La sangre te hace pariente, no familia.


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